Ayer viví una experiencia que difícilmente olvidaré: mi primera carrera de trail en Amurrio. Un recorrido de 13,5 km que me puso a prueba en todos los sentidos y que me dejó muchas lecciones sobre resistencia, adaptación y disfrute en la montaña.
Un inicio exigente y calambres tempranos
Varios días antes había revisado el recorrido y los amigos de Amurrio Trail Taldea ya habían avisado que al poco de empezar tendríamos chocolate. El domingo amaneció fresco y sin lluvia, pero en toda la semana no había parado de caer agua.
Como no había corrido una carrera de estas en la vida, decidí salir en la cola para no molestar y al de nada me vi adelantando algún corredor. Realmente me sentía bien, pero la fiesta empezó pronto.
La subida a Burubio, en el kilómetro 2 o 3, fue un muro, más acorde a una prueba de humor amarillo o una carrera de obstáculos. El desnivel, el barro y los resbalones hacían que cada paso me costara el doble. Ni el bastón ni la cuerda que había instalado la organización eran suficientes y había que echar manos de los hierbajos y rastrojos que encontrábamos a las orillas del camino que antes habían pisado todos los corredores de la prueba larga y los rapidillos de la corta.
Fue justo cuando terminé de subir ese tramo donde mi cuerpo empezó a darme señales. Los calambres en los gemelos y los cuádriceps aparecieron demasiado pronto y tuve que sobrevivir hasta el kilómetro 7. Durante esos kilómetros, la lucha no solo fue física, sino mental. El dolor estaba ahí, las piernas como piedras, más barro… y menos mal que pillé a un matrimonio que me sirvieron de gancho hasta la cima del Babio.
El momento de la duda y el poder de la música
Para el kilómetro 7, ya me había pasado algún corredor. No aguantaba el dolor de piernas y me costaba andar, pero pensé que llegados a ese punto me iba a costar lo mismo terminar la carrera que retirarme y como tampoco podía darme la vuelta ni atajar no me quedó más remedio que tirar adelante. Así que tomé una decisión simple pero efectiva: me puse un poco de música en los auriculares.
Magnesio, Magnesio!
Eso me gritó Imanol cuando me pilló empezando a bajar el Babio. Hasta con los cascos puestos podía escucharle. Un rato antes le había dejado atrás subiendo, pero el tío bajando va a tope y recupera rápido.
En ese momento, mi percepción del dolor y el recorrido cambiaron por completo. No había más repechos que subir y la distracción que me proporcionaron la compañía de Imanol y la música me ayudaron a soltar la tensión, mejorar algo mi zancada y, poco a poco, empezar a disfrutar más de la carrera. Es increíble cómo un simple cambio puede alterar tanto la percepción del esfuerzo.
Caídas, barro y el disfrute final
A pesar de un par de caídas, a partir de ese momento la carrera se convirtió en otra cosa. Disfruté cada tramo, cada bajada, cada charco y camino lleno de barro donde los pies parecían no encontrar apoyo seguro. El ambiente, el entorno y el saber que cada vez quedaba menos me ayudaron a mantener el foco.
Un debut para recordar
Cruzando la meta en menos de 2 horas, era el objetivo que me había marcado el día anterior, la sensación de satisfacción fue absoluta. No solo por el tiempo, sino por haber gestionado los momentos duros y haber aprendido tanto en el proceso. El trail es otra historia, otra forma de correr donde la naturaleza y la adaptación juegan un papel clave.
Mención especial a la organización
No puedo terminar sin destacar el impresionante trabajo de la organización. Desde la señalización cada pocos metros hasta los avituallamientos, pasando por los voluntarios en cada cruce y los aficionados y vecinos animando en diferentes puntos del recorrido, todo fue impecable.
Si te gusta correr por el monte, Amurrio tiene que estar en tu calendario y para quien debuta, vivir una primera experiencia así es un auténtico lujo.
Hoy me encuentro mucho mejor de lo que me podría haber imaginado. Las piernas algo cansadas, alguna que otra ampolla, arañados y rozaduras, pero sarna con gusto no pica. Ahora toca recuperar, analizar lo aprendido y pensar en la siguiente. Porque sí, habrá más.
Otro secreto
Los que leéis el blog sabéis que la de Artxanda no fue mi primera carrera, que esa fue la que corrí con 8 o 10 años en Bermeo con mi amigo Iker, pero es que la de ayer tampoco fue la segunda!
Mi segunda carrera fue un el Herri Krosa de Bilbao de 2002 junto a mi hermano. Él llegó antes que yo a la meta de la Gran Vía, pero en casa todos sabemos que cogió un atajo en el Puente de Deusto 😉
Creo que no me quedan más secretos que contaros